jueves, 3 de diciembre de 2015

HE DECIDIDO: PAGARÉ EL PRECIO

 "No hay atajos; no hay remedios rápidos: la ley de la cosecha gobierna"

   Hace ya varios días que estoy en proceso de cambio. Estoy tratando de ser más ordenado, estoy comenzando a tener algunas rutinas saludables como: beber agua, desayunar, hacer ejercicios cada día, planificar mis días, etc.

   Me instalé un programa muy interesante en el celular, y me ayudó mucho; la aplicación se llama "Fabulous". Me ayudó a afianzar una buena costumbre: beber agua cada día después de levantarme. Comencé sólo con esa rutina, a la que añadí el tomar un buen desayuno, y después celebrar (todavía no sé bien cómo se hace eso de 'celebrar'). Hace no mucho añadí una rutina de las noches que consiste en "desconectarme". Eso me ayudará a tener un mejor sueño, puesto que muchas veces dormí mal por estar metido en el celular hablando por WhatsApp, viendo videos de YouTube, revisando el Facebook, o simplemente leyendo un artículo interesante en internet. Ahora a partir de cierta hora decidí desconectar mi celular de todos esos servicios, que sabotean mi plan de tener una mejor calidad de sueño.

   Hace unos días también añadí la rutina de hacer ejercicios diarios: mínimamente de un minuto, o bien de tres, o al menos siete. No fue nada fácil ninguna de las dos alternativas últimas, pero me siento bien de que lo estoy haciendo.
   
   En las mañanas mi despertador sonaba muchas veces para hacerme recordar la hora; pero estos últimos dos días estoy sin mi celular sofisticado; lo mandé a que arreglaran algo que empezó a funcionar mal. Mientras tanto, estoy con un celular sencillo, que al menos tiene alarma, y si quiero también tiene WhatsApp y Facebook; sin embargo, no los uso mucho. Me di cuenta que demoraba más desactivando las alarmas, y hoy, a pesar de haberme levantado un poco más tarde de lo normal, llegué temprano al trabajo. Creo que modificaré esa costumbre.
   
   Después de escribir esto saldré a comprarme una agenda para el año que viene, y también otros materiales de escritorio que necesitaré para trabajar.
   
   Escribí nuevamente los sueños que tengo para mi vida, pero ahora convertiré estos sueños en metas a corto, mediano y largo plazo. Por ejemplo, ya decidí que el año que viene estudiaré francés y practicaré inglés conversacional; a mediados de año iré a Paucartambo a ver la salida del sol, y también me graduaré  (sí, lo estuve postergando mucho, y me da vergüenza admitirlo; este año estuve avanzando un poco con la tesis, pero ahora tengo metas claras a partir de la semana que viene para cumplir con esta meta; no me importa si tenga que pagar un asesor para que me oriente a desarrollar mi tesis lo más rápido posible); luego viajaré a Brasil (pienso al menos viajar a la frontera para conocer un nuevo ambiente). Estoy pensando viajar a Machupicchu en lo que resta de este año, este mes, pero quiero estar seguro de que podré, lo planificaré y veré si es posible: tengo fechas tentativas; 21, 22 y 23 de diciembre, o alguna fecha cercana a esas. Otra opción tentadora es hacerlo para año nuevo.

   Sé que esta entrada no será muy interesante para mis amigos lectores (si los hay), ya que peca de ser bastante personal, pero al menos quiero dejar un mensaje que caló en lo profundo de mi mente (lo oí en un mensaje de superación personal), y con la que comencé mi entrada de hoy:

 "No hay atajos; no hay remedios rápidos: la ley de la cosecha gobierna"

   Creo que para tener el verdadero éxito o la verdadera felicidad, hay que pagar el precio, y lo he comprobado con todas las cosas buenas que aprendí o hice en mi vida. Siempre tuve que pagar el precio de la dedicación. Incluso la novela que estoy escribiendo. No es nada sencillo, y representa horas y horas de trabajo y desvelos; aprender portugués también me tomó tiempo; aprender esperanto, aunque fue un corto tiempo para aprender lo básico (2 meses), requirió de mi dedicación y disciplina de una hora diaria. Quiero ser escritor, y eso requerirá de trabajo duro cada día. Eso me hace sentir un poco mal en cuanto a esta página, pero sé que mejoraré, y la llenaré hasta que realmente sea lo que pensé en un comienzo, una página diaria de escritura.

   Quiero dejar en claro que todos los planes que tengo serán sólo si Dios me da la salud y me permite vivir para cumplirlos, lo cual espero de todo corazón (Santiago 4:13-17)

   Gracias por leer, quienquiera que seas tú, amigo o amiga.

domingo, 29 de noviembre de 2015

HACIENDO LA CUENTA...TODOS VIVIMOS HASTA 18 AÑOS… ¡Y ESO, SI LLEGAMOS A VIEJOS!

“Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90:12)

Vivimos en una sociedad altamente sincronizada, y el tiempo llegó a formar parte de nuestro día a día. Las personas valoran mucho las horas, los minutos e inclusive los segundos. Olvidamos frecuentemente los años y las décadas, y se convierten en ideas bastante lejanas, abstractas para muchos.

¿Cuánto significa para nosotros un segundo? ¿Y cuánto es para nosotros un día? Un día tiene 1440 minutos o 86400 segundos, pero un día puede no significar demasiado para un ser humano a pesar de los miles de minutos que tiene. Si nos dieran un tiempo limitado de vida para escoger: 4300 días o 15 años, ¿Cuál sería nuestra respuesta, si quisiéramos la mayor cantidad de tiempo? Tal vez necesitemos hacer los cálculos, pero intentemos sin pensarlo mucho escoger una de estas dos cifras. Personalmente, los días me parecen pocos… y escoger los años, medida más popular para las edades por ejemplo, sería mi opción. Pero algo me dice que quizá “cuatro mil trescientos” días sea más que un simple “doce”…

La verdad es que 4300 días son poco menos de 12 años, ¡y todos sabemos que ese tiempo de nuestra vida puede pasar tan rápido! Es sencillo llegar a los 18 años, que son tan sólo 6570 días. Si bordeamos los treinta años, habremos vivido casi 11 mil días. Y si llegamos a cumplir los ochenta años, ni siquiera completaremos 30 mil días, a pesar de que no estamos contando las posibilidades de sufrir un accidente fatal o una enfermedad mortal… la vida humana es corta y frágil.

¿En qué pasamos todo el tiempo de nuestras vidas, y por qué muchos ancianos suelen decir que sus vidas pasaron tan rápido, recordando la juventud como si fuera ayer? La razón es que en realidad nuestro tiempo de vida es menor de lo que aparenta ser.

Pongámonos a pensar en los 30 mil días mencionados líneas arriba. Se dice que el ser humano vive casi la tercera parte de su tiempo durmiendo. Así que realmente nos quedan 20 mil días “para vivir”. Sin embargo, pasaremos la tercera parte (8 horas diarias) de nuestra vida laboral en el trabajo, un aproximado de 13 años (4745 días). Estaremos mirando televisión aproximadamente por 5 años (1825 días). Revisando y complementando esta diferencia con un interesante cálculo publicado en la revista francesa Science & Vie[1] , restemos 6900 días (que representa aproximadamente el tiempo en actividades desde telefonear hasta hacer colas, inclusive desde estar resfriado hasta el tiempo que pasamos en el transporte urbano[2]), y nos quedan apenas 6535 días. Hay más factores a considerar para continuar “restando días” a nuestra vida, como el tiempo de la juventud y adolescencia, considerados por muchos como un período feliz y de plenitud de energía y belleza. Vamos a atrevernos a más: la última cifra representa aproximadamente 18 años de tiempo “para vivir”. Si continuamos restando tiempo acumulado en cosas triviales como discutir, estar conectado a la internet y nuestras siestas o momentos en que “hacemos hora” sin hacer algo trascendente, restaríamos quizá una tercera parte más de nuestro tiempo. La conclusión de todo este cálculo es: ¡Tenemos poco tiempo para vivir!

Moisés, que hablaba con Dios “cara a cara” estaba consciente de lo pasajero de nuestras vidas, afirmando que en la gente más saludable la vida llega de 70 a 80 años, y con todo, resulta una carga pesada a quienes llegan a vivir tanto tiempo. Salomón habló mucho de lo pasajero de la vida en el libro de Eclesiastés, afirmando de manera pesimista que “todo es vanidad”, esto es, temporal y sin sentido. Por eso también animaba a las personas a alegrarse en el fruto de su trabajo, temer a Dios, y “acordarse del Creador en los días de la juventud”.

¿Qué nos gustaría dejar a nuestro mundo cuando partamos a la eternidad? Resulta difícil y hasta aterrador pensar que tenemos tan poco tiempo para vivir. Los más jóvenes tienden a pensar que lo serán por siempre, u olvidan lo pasajero de aquella edad maravillosa, en la que vale la pena acordarse de Dios para tomar decisiones sabias.

Enséñanos a contar nuestros días para que traigamos sabiduría al corazón… ¿no es una oración maravillosa y cargada de una conciencia tremenda de nuestra condición humana? Para Dios mil años son como un día, y un día como mil años, y por eso nos mira con la misericordia de un ser que ve lo pasajera de nuestra existencia. Jesús dijo que no nos afanemos por el día de mañana, y que cada día trae su propia preocupación, por tanto, también nos anima a tomar sabiduría para no andar preocupados por todo, y además nos anima a disfrutar del tiempo presente, el único del que en realidad tenemos cierto control.

Lo mejor que podemos hacer es entregarnos a Dios, valorar el tiempo que nos da, valorar el tiempo de nuestro prójimo, ser más disciplinados y conscientes con el uso del tiempo, aprender a organizarnos y planificar sin caer en el estrés, estando dispuestos a decir “si Dios quiere”, como Santiago exhortaba, y valorar el tiempo y recursos que usamos para aprender cosas nuevas, reír, amar y ser felices, porque todo en esta vida tiene su tiempo. Que Dios nos permita ser sabios, y aprovechemos siempre los días que Él nos da a todos.

ORACIÓN: “Dios, te doy gracias porque me das el día de hoy para estar vivo, y tengo la oportunidad de ver la luz y sentir el calor de la vida. Ayúdame a aprovechar los días que me das para tomar las decisiones correctas y vivir plenamente, siendo consciente de que esta vida es tan sólo la preparación para una más larga, en tu presencia”.

José Boris Kehuarucho Paullo



[1] La referencia en español la tenemos en: http://www.microsiervos.com/archivo/mundoreal/cuanto-tiempo-de-nuestra-vida-pasamos-muy-interesante.html
[2] Aquí se tomaron los datos relevantes para el autor de este ensayo. Tomando en cuenta la tabla publicada en realidad los días para restar serían 16864 días (exceptuando dormir, estar de pie y estar sentado)

miércoles, 18 de noviembre de 2015

¿PROMETEN Y MIENTEN MÁS LOS VARONES?

    "Cuando mi papá nos prometía cosas, luego mi mamá nos hacía a mí y a mis hermanos pisar tierra nuevamente", dijo un amigo mío hace unos días, cuando tocamos un tema acerca de promesas y de cuando éramos niños. Se me ocurrió una idea, o me di cuenta de algo: Los varones son los que más prometen... y los que menos cumplen.

    ¿Has visto a una mujer hacer promesas a alguien? Casi nunca o pocas veces sucede. ¿Una madre que promete a sus hijos regalos o fiestas especiales de cumpleaños, o salidas, o cambiar determinadas actitudes? Poco se ha visto, aunque sí, seguramente ha ocurrido.

    En general, en caso de promesas rotas se ha relacionado a los miembros del género masculino como principales incurridores de tal falta. Debería de haber alguna razón o razones, genéticas o sociales, para explicar el eterno rumor del río de las promesas masculinas... algo trae todo esto.

    ¿Por qué los varones no cumplimos lo que prometemos?

    He aquí algunas razones:

Porque prometemos más que las mujeres.

    Ya lo había dicho en los primeros párrafos; es raro ver a una mujer que ande diciendo promesas y promesas. ¿Acaso las necesitan? Pero si anduviesen prometiendo y prometiendo al estilo varones, creo que la CANTIDAD de promesas subiría.
    Personalmente, soy de pensar que, en regla, los seres humanos (varones y mujeres), tenemos la "capacidad" igual de romper promesas o incumplir lo que decimos. Por ejemplo, si tomamos en media que todos no cumplimos un 10% de nuestras promesas, en cantidad, sería diferente entre los dos géneros. Pongamos la situación en un intervalo de un año, y el caso de que un varón que prometa por lo menos cuatro veces más que su compañera femenina. De este modo de 100 promesas que se haga, la mujer habrá hecho 25. Ahora, haciendo números, la mujer habrá fallado a 2,5 promesas a lo largo de un año, y el varón habrá fallado 10. Viendo de manera sencilla, parecería que el varón mintió cuatro veces más que la mujer. Sin embargo, la proporción no habría cambiado.

    ¿Y por qué prometemos más que las mujeres? Aquí un postulado que oí y leí por ahí en la red y en los círculos sociales: "Las mujeres se enamoran de lo que oyen y los hombres de lo que ven; por eso ellas se maquillan y ellos mienten". Bueno, en cierto sentido, puedo deducir que ambos mienten: la mujer lo hace gráficamente, y el varón verbalmente. Todo mienten. Pero ¡un momento!sino de las promesas sin cumplir, y claro... para las féminas eso es casi sinónimo de mentira.

    La sociedad en la que vivimos ha impuesto muchas cargas "pesadas" a un hombre, una de ellas es la de asumir responsabilidades como el bienestar de la casa, sustentar a la familia, ser "fuerte", ser el representante de su familia, dar la iniciativa, etcétera, etcétera (espero no ser mal visto por muchos o muchas; como varón asumí tal carga, y supongo que al menos esa "debe" ser mi meta). A esto, le sumaremos la presión de ser el "macho" que es fuerte. Aclaramos, 'fuerte', en el consenso (consciente o inconsciente) general, aunque equivocado, quiere decir insensible, duro, tosco; además de las acepciones positivas como perseverante, valiente, sacrificado y/o vigoroso. En nuestra sociedad, a los varones no se les da la oportunidad de ser sensibles emocionalmente (hablaré de eso más adelante, si me acuerdo). De esta manera, los varones comienzan a aprender a mentir para cubrir las exigencias de las personas:

—¿Estás bien?
—Por supuesto.
El intercambio verbal anterior puede darse incluso cuando la persona interpelada está pasando por problemas difíciles o tiene una ruptura emocional.

Otra situación —y aquí entran en juego las promesas— es la siguiente:

—¿Mamá, cuándo vamos al cine?
—Dile a tu papá.
—Papá, dice mamá que cuándo vamos al cine.
—Bueno, hijo; el mes que viene, cuando me paguen, vamos a ir, ¿vale?
Seguidamente vienen los sentimientos de satisfacción y esperanza de los oyentes, generados por la promesa (como suele y debe ser, del padre)

—Amor, hace tiempo que no vamos de viaje los dos solos.
—Cierto...
—Parece que las cosas entre nosotros están cambiando (y aquí comienza la tensión emocional)
—No digas eso... mira, a fines de este año vamos de viaje por una semana a ese lugar que siempre quisiste conocer.
Promesa hecha, lazo tendido. Imagino que no necesito decir del diálogo quién es el varón y quién es la mujer, ¿cierto? Si queremos alargar el diálogo anterior, podríamos añadir palabras de duda por parte de ella, recordándole otras promesas, o que no cree, o que dejó de cumplir en el pasado. Cuanto más promesas estén acumuladas en el historial femenino, más maestría en el arte de convencer será necesario.

    La sociedad le ha dado al varón la responsabilidad de asumir promesas, y le exige que cubra o haga tantas cosas, que se ve obligado a prometer. Nadie le pide a una mujer que prometa cosas, salvo excepciones. La regla, sin embargo, es la misma. Hombres prometen más que mujeres, no porque les guste mentir, sino porque al ser mayores las exigencias de responsabilidad que se les impone, tiene como defensa o medio de ayudarse a sí mismo el anunciar acciones futuras (por cierto, hay muchos que prometen sin siquiera haber sido instigados a hacerlo). De esas promesas, será complicado que pueda cumplir todas sin excepción en el tiempo señalado. No quiero justificar a los que gustan de prometer sólo para congraciarse, pero sí reconocer que no es fácil cumplir una promesa (que muchas veces es impuesta o inducida), y más aún si se han hecho varias.

    Por otro lado, es difícil que los varones exijan a las mujeres prometer cosas. Los varones tienden a simplificar o hasta a olvidar ciertos hechos o situaciones, inclusive ciertas promesas hechas por otras personas (principalmente mujeres).

—Amor, me vas a matar... ¿recuerdas que te prometí salir hoy a la piscina contigo?
—Sí, ¿qué sucede?
—Bueno, es que... olvidé que tenía cita con una amiga para que vayamos juntas a hacernos un tratamiento de cabello. (pueden añadir cualquier justificación o excusa)
—Vaya... ¿y ahora?
—Perdóname —y se acerca con un abrazo o un beso mimoso.
—Ya, bueno. No te preocupes. Será para una siguiente (Y en ese momento recuerda que puede aprovechar el momento para hacer algo con los amigos, estar en casa descansando, o incluso ir solo a la piscina).
—Gracias, amor.

     Si invertimos los géneros en el diálogo... prefiero no colocar las palabras, ya que podríamos resumir que nuestras compañeras féminas, teniendo en cuenta su gran capacidad de recordar fechas, situaciones y promesas, usarán tal magistral talento para recordar al cuitado hombre todas las anteriores promesas hechas, y que no cumplió, a pesar de ya haber sido disculpado.

    Cierto, hermanas, tenemos la culpa... la culpa de prometer muchas veces en los momentos menos esperados (en el bus, en medio del trabajo, en una conversación telefónica, en el almuerzo, en una discusión acalorada, en un cine, con los amigos, etc.) conllevando esto que no siempre tales promesas serán recordadas con esmero. Sólo puedo pedir su comprensión, y que (como lo leí en un foro de Yahoo Respuestas) por favor, también "ustedes prometan que nos recodarán nuestras promesas un día antes de vencerse, jejeje. Así ganamos todos".

    Para finalizar, quiero prometer a mis queridos lectores que escribiré una segunda parte, relacionada también a las promesas ^^...

Buenas tardes.

martes, 3 de noviembre de 2015

11 PECADOS A LA HORA DE ENSEÑAR

"Acho que você é o melhor professor de português..."

     Fue lo que me dijo una estudiante hoy cuando le expresé que quizá ya no esté trabajando en la institución de idiomas donde le había enseñado antes. Allí le dicté el curso de portugués uno de los meses de su avance, si mal no recuerdo. Después no supe de ella sino que terminó el curso. Así que fue instruida por diversos profesores.

     Sólo conseguí decirle un "gracias", pidiendo en mis adentros no caer en el orgullo de creerme mejor. Además, muchos estudiantes hacen este tipo de cumplidos con los profesores para conseguir beneficios. Sin embargo, esta estudiante es de un curso particular (decidió contratar mi servicio porque quiere aprender), puedo decir que no quería obtener ningún beneficio, excepto animarme, y por consiguiente, que me esmere más.

     Me puse a pensar cuáles son los "pecados" en los que un profesor incurre en el ejercicio de su carrera. En mi caso, siendo profesor de idiomas, daré ejemplos principalmente que tienen que ver con esto.

Pecado 1: BLA, BLA, BLA
      Quedarse hablando y conversando sobre las experiencias durante toda la clase.

     De hecho, es interesante para un estudiante saber que su profesor viajó al lugar donde hablan el idioma, y saber de sus labios cómo es la cultura, la comida, las curiosidades. O en el caso de un profesor nativo, contar cómo es de diferente allá. Es bueno, pero tiene que ser medido. Aquí la lista de los peores: comenzar a contar todo el tiempo sus experiencias vividas, sus opiniones políticas o religiosas, sus quejas, etc. Hasta cierto punto es agradable escuchar a los profesores hablar de ello, pero cuando es constante... ¿A qué he venido a las clases?

Pecado 2: Ser un espécimen extraño
     Ser bueno en el idioma (a nuestro parecer), pero no saber enseñarlo.

     Hay institutos que prefieren a los profesores nativos, y los escogen con venias y elogios, porque se supone que hablan perfectamente el idioma (claro, es su idioma materno). Pero no nos engañemos: el saber hablarlo no quiere decir saber enseñarlo. Yo enseño portugués, y cuando mis estudiantes parecen no muy motivados por mi condición de "no nativo", suelo resaltarles que puede que no sepa todas las palabras, jergas, expresiones, cultura de este idioma, pero sí que fui uno de ellos, que "sé por lo que están pasando" (^^), y que tengo noción de qué es LO QUE me hubiese gustado que me enseñase mi profesor (y en mi fuero interno también pienso en CÓMO me hubiese gustado que me enseñase). Un buen abogado no necesariamente es buen profesor de leyes, ni un buen médico es un buen profesor de medicina, tampoco un hablante nativo es inherentemente un buen profesor del idioma, un buen periodista no es tampoco un buen profesor de periodismo. Tienen la ventaja de la experiencia, pero esta debe ir acompañada de métodos, paciencia, y sobre todo, mucha empatía.

Pecado 3: Miedo a la proximidad
Ser demasiado distante con los estudiantes.

     Ser bastante afín a los estudiantes tiene sus desventajas y sus ventajas (díganmelo a mí, que ya perdí la cuenta de las veces en que fui confundido con un estudiante más), y ser distante con ellos también tiene sus ventajas, como desventajas. Ser distante con ellos te puede ahorrar situaciones en que te faltan el respeto, o te hacen comentarios atrevidos o indiscretos, pero también hará que los estudiantes no se atrevan a expresar sus dudas, preguntas o dificultades con el idioma o materia que enseñamos.
     —¿Hay alguna pregunta?
     —cri, cri, cri —mientras los estudiantes se ponen más tranquilos que nunca.
     Sin embargo, no hay límites para la lista de beneficios que puede haber cuando un profesor es abierto, empático y sociable con los estudiantes. Habrá situaciones en que quieran pasarse de la raya, pero sabiendo cómo enfrentarlas hará que demos pasos agigantados para conseguir nuestro mayor objetivo: que aprendan.
     Para añadir a esto, es bueno tener buen sentido del humor: saber reírse de uno mismo, saber hacer chistes (nunca obscenos, por favor), saber hacer muecas y contar ejemplos graciosos a modo de pastillitas, que amenice el ambiente y se sientan en confianza. Eso sí... jamás hacer "prebullying" (burlarse de ellos, de sus defectos al aprender, o cosas por el estilo). Y ser siempre respetuoso con ellos y ellas.

Pecado 4: Pereza orgullosa.
No capacitarse ni prepararse para las clases.

     "Como sé mi materia, ya no necesito prepararme". Casi nadie piensa así explícitamente, pero esto comienza cuando creemos consciente o inconscientemente que somos buenos profesores y sabemos bastante. NO es malo pensar eso, pero podemos caer en un engaño: uno que realmente se cree buen profesor debe siempre estar poniéndose a prueba, no sólo si sabe mucho, sino si sabe transmitir algo de lo mucho que sabe de manera sencilla y acequible. NO es fácil. La recomendación es siempre preparar las clases aún sabiendo de lo que se trata, ya que cada grupo y cada estudiante es distinto.         Una vez me tocó enseñar los tiempos subjuntivos del portugués a un grupo, pero entre ellos había una extranjera que no tenía al español como lengua materna, así que... fue difícil enseñarle el tema porque no me había preparado pensando en ella también. Claro, al día siguiente (previa promesa) le aclaré los puntos que necesitaba aprender.

Pecado 5: Pereza maquillada
     Asignar "exposiciones muleta", es decir, exposiciones que sirvan para mantener ocupados a los estudiantes y desocupado al profesor.

     Es bueno confiar en ellos para que hagan exposiciones, pero no mandarlos a la cima del Everest sin preparación o capacitación. Primero hay que asegurarse de que conozcan palabras y armen ciertas frases. Luego es importante cerciorarse de que sepan armar oraciones. Luego, concatenar oraciones, ligar ideas. Hay que hacer un buen acompañamiento. Después pensemos en darles exposiciones. Claro, si están en un nivel intermedio, ya es hora de que las hagan, pero no sólo para escucharles y evaluarles. Aun en esos casos hay que seguir aconsejando, animando, corrigiendo y orientando.

Pecado 6: Pereza amante del cine.
Ver películas para "mejorar" la comprensión auditiva de los estudiantes

     Admito que algunas veces, por estar enfermo (sin poder hablar) o muy mal, improvisé poniéndoles una película, hubo otras en las que la pereza me ganó y esta era el motivo por el que lo hacía. Sin embargo hay que ser consciente de que esto puede ser terrible para su aprendizaje. Si se planifica el visionado de una película, lo mejor es planificarlo antes, haber preparado preguntas, hacer una discusión, haberlo anunciado con anticipación, etc. Así no se desanimarán por la dejadez de uno.
     Lógicamente, de vez en cuando no está mal ver una película por pura diversión, especialmente cuando el grupo responde bien a los avances hechos durante el mes. Pero hay algo cierto: si nos preocupamos por que cada tema del mes sea bien aprendido, difícilmente habrá tiempo para ver una película.

Pecado 7: Saña académica
      Creer que hacer complicado el curso significa que se es buen profesor.

     Estos profesores son los que provocan indignación en muchos estudiantes. Es horrible cuando tu profesor te da tareas y tareas, trabajos y exposiciones, y lo único que ves de él es que se sienta cómodamente a revisar, o a dormir en las exposiciones. En otras palabras: exigir de más de los estudiantes cuando es evidente que no nos exigimos a nosotros mismos. Si queremos buenos estudiantes, seamos buenos profesores.
     Preparamos tareas abrumadoras, planteamos exámenes extremadamente complicados, y un pecado terrible: mandarles hacer redacciones y no darnos la molestia de revisarlos. Simplemente colocamos la firma de visto y... es todo.

Pecado 8: Poca paciencia con los menos brillantes

     Es cierto que cuando uno es profesor, de pronto te das cuenta de que lo que dijiste, quizá el 25% de los presentes lo hayan captado bien. Pasa un minuto y...
     —Profesor, ¿qué quiere decir la palabra "chão"?
     Lo miras un momento, y tienes que decidir entre dos caminos:
     —¡Acabo de decirlo hace un minuto! ¿No estás prestando atención? ¿Qué pasa contigo?...
     O bien decir: 
     —A ver —y te diriges a la clase entera— ¿Alguno recuerda lo que quiere decir "chão"?
     —¡Piso! —responde alguno, si todo va bien.
     —Exacto. Gracias, Julio.
     Si no se da el caso... bueno, tener paciencia. Al pasar del tiempo, los profesores nos damos cuenta de que es importante repetir algo nuevamente, principalmente si es un concepto algo difícil o poco obvio, como el uso de una determinada palabra que no tiene traducción. Lo ideal es repetirlo de diferentes formas; así, algunos captarán mejor en alguna de esas repeticiones y lo recordarán bien.

Pecado 9: Phubbing.
      Cuando la tecnología no es nuestro instrumento, sino al revés.

     Las primeras veces que yo dictaba clases, la mayor tecnología con la que contaba era que había electricidad, un tomacorriente y un equipito para reproducir los archivos de sonido del libro de texto. De pronto, ya se cuenta con computadoras, con pizarras interactivas, con internet y wifi. Si tienes una laptop, tu mayor tentación será revisar tu facebook o tus mensajes de Whatsapp en el momento en que los estudiantes están resolviendo un ejercicio o haciendo una práctica en clase. En un caso menos grotesco, tendrás un libro interesante para leer, o un artículo de tu interés.
     Eso puede desconectarte de tus estudiantes. Evítalo. Tampoco te gustaría si tus estudiantes se ponen a whatsapear o a feisbuquear en medio de tu exposición de la lección (aunque, de hecho, hay quienes lo hacen). Es importante concienciar a los estudiantes sobre la importancia de que la tecnología de información y comunicación no debe desconectarnos unos de otros; que debe ser un factor a nuestro favor, para complementar nuestra actividad de aprendizaje, no para estorbarla o distraernos de ella.

Pecado 10: Acaparamiento horario
      Creer que el estudiante no tiene vida o que el único curso al que se matriculó es al nuestro.

     A veces no nos damos cuenta, pero estamos tan emocionados y motivados con nuestra materia, que asignamos a nuestros estudiantes muchas tareas y trabajos, y no nos importa cuánto de su tiempo van a usar aparte del que emplean para estar presentes en las clases.
      Hay que admitir que, por más divertido, fascinante o interesante sea nuestro curso, el estudiante tiene además otras actividades que forman parte de lo que él llamaría "su vida": otros cursos, problemas en casa, salidas con amigos, vida internauta, descanso; en fin, muchas cosas más divertidas o más importantes para él que nuestro curso, aunque nos dé pena aceptarlo.
     Es importante calcular cuánto tiempo más o menos necesitan además del de nuestras clases para dedicarse a estudiar nuestra materia, y de acuerdo a ello dar las tareas. Hay que dejar trabajos, sí, para que no se duerman en los laureles de haber entendido nuestra lección, pero tampoco hay que atiborrarlos de tareas para la casa. Seamos realistas: si los estresamos, no harán a conciencia los trabajos, y recurrirán a soluciones rápidas como el copypaste o el uso de traductores, o aún peor, copiarán el trabajo del estudiante aplicado del salón.

Pecado 11: Pesimismo

     "Son estudiantes brutos. Son irresponsables. Son irrespetuosos. Hay un problema con el sistema. El libro de texto es una porquería. Trabajo mucho y me pagan poco...".
     No podremos negar lo evidente. Si hay algo malo, hay que reconocerlo. Pero no podemos andar quejándonos entre nosotros, y peor, quejarnos ante los estudiantes de que las cosas no andan bien o como nos gustaría. Es importante ver lo mejor en las miradas de los estudiantes. Sentirse agradecidos por el privilegio de presenciar el avance y progreso en aprendizaje de los seres humanos, por la voz para hablar, por el puesto de trabajo y la posición.
     No debemos olvidar el lado bueno de todo lo que ocurre a nuestro alrededor, y usarlo a nuestro favor para combatir lo malo que hay. No se trata de negar lo negativo, tampoco de apañar lo incorrecto, sino de avanzar en lugar de frenarnos. Y nada mejor que avanzar sorteando los charcos en lugar de pisarlos y ensuciarnos. Podremos resbalar por entre las piedras, pero hay que seguir. El pesimismo frena, contagia y hace que olvidemos lo aprendido más rápidamente. El pesimismo quita las posibilidades para activar la creatividad.

CONCLUSIÓN:

     Hay muchos pecados que los profesores podemos cometer a la hora de impartir las lecciones, y si hay alguno importante que olvidé, sería genial que alguno de mis lectores aporte en un comentario. Ahora daré las virtudes que contrapesan todos los pecados anteriores. Virtudes que hay que cultivar:

Empatía, diligencia, amor, criterio, humildad, optimismo, paciencia, seriedad en el trabajo.


jueves, 15 de octubre de 2015

MAMÁ Y EL DICCIONARIO

Me gusta enseñar. Siempre miraba con admiración a los profesores que enseñaban bien; quería ser un día como ellos y, quién sabe, superarlos. Mi madre es profesora y, según recuerdo, fue muy amada por sus estudiantes en su época activa. Un detalle algo irónico: ella casi nunca me ayudó a hacer las tareas del colegio, pero ahora (y menos mal que no está leyendo o va a leer esto, creo yo ^^) enseña con mucho esfuerzo y ahínco a su nieto —mi sobrino—, y lo mismo hizo con mi otro sobrino cuando estaba en el colegio. Sin embargo, agradezco que ella hiciera su trabajo de ese modo conmigo.

—Mamá, ¿qué significa 'trimotor'? —sorprendía yo un día sus oídos.
—Que tiene tres motores —me decía automáticamente.
—Ah... ¿y cómo se diría si tiene dos motores? —reponía, eufórico.
— ... bimotor —respondía ella, algo con voz severa.
— ¿Y cómo se dice cuando tiene cinco motores?
— ...

Y otras ocasiones en que también me pasaba de preguntón.

—Mamá, ¿qué quiere decir 'calavera'?
—¿Calavera? —y ponía cara seria— Simplemente es una calavera.
—Pero... ¿Por qué?
— ¿Por qué? ¡Porque sí!
— ¿No significa nada 'cala', y 'vera'?
— ...

Y de pronto atacaba yo con otra pregunta sin mucha relación con la anterior (tal vez porque de pronto viera el nombre de alguna tienda/negocio con un nombre extraño desde la ventana del bus):

— ¿Y qué quiere decir 'estigma'?
— Estigma... —y ella, viéndose interrumpida en sus pensamientos o en lo que estaba haciendo, me respondió un día—: Busca en el diccionario.

Bueno, no fueron pocas las veces en que le preguntaba algo (reconozco que como niño lo hacía a veces importunamente) y recibía la respuesta que me dejaba con 'manos vacías' al principio: «busca en el diccionario».

«Busca en el diccionario», «ve a ver en el diccionario», «¿por qué no buscas en el diccionario?». Ese fue el comienzo de mi gusto por la lectura corta (reconozco que cuando era niño o escolar, no me gustaba mucho la lectura de obras literarias, novelas o cuentos; llegué a preferir leer libros de geografía, donde lo que más me fascinaba era el espacio, los planetas, las estrellas y galaxias; también me llegó a gustar leer historias fantásticas, y la biblia me parecía uno de esos libros). Pero ante cada palabra que no entendía, ya sabía a dónde era mejor acudir que a la definición de los mayores.

Debía aprender a buscar las palabras en un diccionario, pero para ello tenía que aprender bien el alfabeto, y saber qué letras van antes que otras, y que están ordenadas de esa manera (orden alfabético). Mamá no me enseñó paso a paso cómo se debe buscar en un diccionario, pero de alguna manera aprendí. Y mientras no encontraba la palabra deseada, me distraía, ora con otras palabras interesantes, ora con curiosas ilustraciones. A veces olvidaba la palabra que estaba buscando.

Luego de un tiempo, los diccionarios y las enciclopedias se convirtieron en mis mejores 'sacadudas', donde aprendí muchas palabras que me hacían ver mejor y más claro el mundo; primero palabras sencillas y cotidianas, después otras más complejas y especializadas (por ejemplo: luz, arcoíris, adolescente, petiso, añicos, chamaco; polígono, perverso, acre, legal, prudente, perverso, microbio, entre otras), y a veces se me ocurría ver algunas palabras que me daba un poco de vergüenza preguntar a mamá o a alguno de los más grandes, y que seguramente habría en las definiciones de los diccionarios, como por ejemplo 'carajo', 'sexo', 'pene', 'vagina', 'mierda', 'pendejo'. Al saber lo que eran, me di cuenta de que muchas palabras eran usadas sin saber lo que significaban.

Hoy agradezco que mamá me haya presentado a ese amigo que me ayudó a ver el mundo con mejor conciencia: el diccionario. Después también se acercaron a mí los amigos de él, los libros de geografía, de historia, y si eran ilustrados, cuánto mejor. Ellos llegaron a ser mis primeros amigos, confidentes y maestros cuando de palabras o de porqués se trataba. Recuerdo con mucho cariño un libro de botánica a todo color que mi hermano mayor trajo un día a casa, que tenía fotos hermosas, descripciones de las propiedades de las plantas, usos medicinales, descripción física de tamaño, longevidad, hábitat, etc; también recuerdo con añoro el 'depósito de libros' de la casa de mi tía —un cuarto enorme, lleno de cuadernos y textos antiguos puestos en estantes, mesas y cajas, que estaba en el segundo piso de su casa—, donde cada vez que la visitábamos y no estaban mis primos para jugar, me metía para 'zambullirme' en aquellos viejos portavoces de conocimiento con olor a hojas viejas y polvo, muchos de los cuales eran simplemente demasiado interesantes para mí: diccionarios ilustrados (blanco y negro), libros con temas de astronomía y más...

Cuando me enteré que existía Internet (A decir verdad, cuando comenzó a llegar a donde yo estaba), quedé fascinado. Ya contaré algún día mi experiencia con las computadoras y el internet, como buen miembro de la 'generación Y' de un país tercermundista —mejor dicho 'en vías de desarrollo'— que soy.


miércoles, 7 de octubre de 2015

DECIDÍ NO ESCRIBIR HOY

Me refiero a mi novela. Tengo un amigo que también escribe (mi colega de oficio), con quien nos ponemos de acuerdo para avanzar cada semana un poco de nuestras novelas. Nos enviamos los avances y también nos reunimos para compartirnos las observaciones y recomendaciones mutuamente. Es un gran compañero y un gran amigo desde la secundaria.

Lamento fallarle hoy, pero también haberme fallado a mí mismo. Estoy aprendiendo a organizar mi tiempo y mi espacio, pero no pude organizarme para avanzar esta semana con mi novela. Apenas tengo un bosquejo de mi avance semanal, pero no es suficiente. De hecho, podría estar escribiéndolo ahora mismo, pero sé que lo estaría haciendo con prisa. No es sencillo escribir, a estas alturas de la novela. Me dio una oportunidad de un día, pero no la supe aprovechar; teníamos que entregar nuestro avance ayer. Me duele también tener que pagar la cuota de penalización que quedamos caso no avanzásemos, pero más el hecho de que todavía no estoy organizando bien mi tiempo. Sin embargo, esto no es más que la consecuencia de no haberme organizado con anticipación.

Lo haré, lo prometo. Veo que algo diferente me está sucediendo últimamente. Estoy empezando a ver las cosas de una forma añejamente diferente, es decir, no sé cómo no me había dado cuenta de lo sencillo de organizarse. El problema es que toma tiempo el adquirir nuevos hábitos, y más si se trata de reemplazar los malos. Creo que una de las cosas que me animan a creer que será distinto es que estoy avanzando con organizar mi habitación y mi lecho en primer lugar.

Ahora, descansaré y mañana me organizaré mejor, a pesar de que quizá apenas tenga la noche de mañana para continuar con mi plan de ser alguien más organizado. También quiero aprender a disfrutar del tiempo y actividades que me toca vivir.

Buenas noches.

La historia de mi habitación

Está pasando algo así como un "milagro". Me estoy dando cuenta de que mi gusto antiguo por ser organizado y ordenado está volviendo. Bueno, no era un desastre como para encontrar una dimensión desconocida dentro de mi cuarto, como las medias debajo de la almohada, o los pantalones en el piso, pero no era uno del que me pueda sentir orgulloso. Cuando era pequeño —quiero decir, adolescente— y pude tener un espacio sólo para mí, quise ser el más raramente organizado del planeta. Sin embargo, no conseguía serlo a causa de que mi hermano, compañero de recámara no tenía las mismas aspiraciones (No quiero decir cosas malas de él, así que... en relación a ser alguien ordenado, simplemente era como cualquier joven no demasiado ordenado). Quizá mi error era querer tener todo bajo control. Él tenía su manera de ordenar sus cosas. Quería que mi habitación fuese un recinto especial. Pero yo sentía que sus cosas y el orden de estas en el cuarto impedían cumplir ese sueño. No era él un desastre, pero no era lo que yo quería: perfección. Lo admito, fue mi error querer perfección cuando tenía un cuarto compartido. Recuerdo que a veces tanto me enfadaba (a mi forma de enfadarme) que limpiaba y ordenaba sólo mi "lado" del cuarto. Había una línea imaginaria que separaba el cuarto, incluso separaba la mesa única que había.

Pero al pasar el tiempo, me aburrí de ese perfeccionismo frustrado.

...Y llegué a ser más desordenado que mi hermano. Sin embargo, no era mi ambiente el desorden. Sólo me inspiraba dormir, pero pocas veces hacía cómodamente lo que quería hacer: disfrutar de la contemplación de mi habitación, y poder trabajar satisfecho con el ambiente. Así ocurrió en mi primera habitación compartida, y también en mi segunda habitación compartida, cuando nos mudamos. La diferencia era que mi hermano viajaba y dejaba la habitación sólo para mí por unas semanas, y luego volvía. No era demasiado ordenado en ese tiempo, pero tampoco hacía gala de un cuarto hermoso, como siempre quise. Yo me hacía cada vez más desordenado, y mi hermano menos.

...Pero llegó el momento crucial. Mi hermano se casó y se llevó todas las cosas que eran suyas, entre las cuales destacaban para mí: un playstation, un reproductor de discos compactos que podía tener cinco discos y se podía hacer una programación de las canciones que quisiera en el orden deseado, o reproducirlas en modo aleatorio —el cuarto tenía un buen sonido— y un televisor.

Como dije, me quedé solo, y se fue toda la tecnología. Me quedé con mi cama, la mesa y la ropa. Fue una crisis para mí, y esa crisis acrecentó mi desorden. Nos volvimos a mudar, y esta vez a un lugar donde tendría un cuarto sólo para mí. Quise cumplir mi sueño, pero si no estaba el hermano para hacerme la vida difícil, ahora era el mismo cuarto; había problemas con el piso y las paredes; estas se humedecían y aquel se hinchó hasta romper el piso de madera. Tuve varias maneras de solucionarlo parcialmente, pero eso me desanimaba.

No quiero hacer larga la historia, así que me apresuraré. Hoy mi cuarto es el mismo, pero ya no hay los problemas de la humedad que hubo un tiempo, al menos no tanto. Pero me cansé hace no mucho de todo esto, y decidí volver a intentar cumplir ese sueño.

Me imaginé un cuarto perfecto para mí actualmente, e hice un plan por pasos pequeños para comenzar a hacerle mantenimiento: primero comenzaré por poner las cosas en su lugar y ser más ordenado, luego le daré un buen mantenimiento a las paredes y el piso, y después convertiré mi cuarto en un lugar que refleje mi excéntrico gusto por lo perfecto, que aprendí que no significa algo tremendamente ideal, sino simplemente lo mejor que puede llegar a ser donde y como está.
Increíblemente, hice un plan que me sorprendió a mí mismo: un mantenimiento diario y un avance de a pocos, que si continúo cada día a unos quince o veinte minutos diarios, tendré el cuarto bien organizado en unos tres meses, y con el mantenimiento adecuado en unos cinco o seis.

Hoy vi mi cuarto, y me agradó ver que ha mejorado notablemente estos últimos días. Sé que esta vez es diferente, porque mi plan incluye el adquirir el hábito del mantenimiento constante de la habitación, y mi gusto (con decisión y acción) por lo ordenado y limpio está aflorando nuevamente. Prometo una foto del cuarto cuando acabe mi jornada. Todavía me da vergüenza colocar su foto en la actualidad.

jueves, 1 de octubre de 2015

Mi hobby de hacer idiomas

Sí, tengo un hobby que guardé por años, y sólo mis más cercanos conocen: inventar idiomas. Incluso, no podrían decir que es mi «hobby», sino simplemente algo que hice, una de las cosas raras que pudieron conocer en mí.

Es verdad, tengo un idioma que inventé, que comenzó cuando tenía 12 años como una clave, y a lo largo del tiempo fue cambiando, perfeccionando, complicándose, descomplicándose. Mi motivo número uno: que nadie pueda saber lo que estoy escribiendo o diciendo. Paradoja de inventar un medio de comunicación. Lo sé, hay varias razones para inventar un idioma que sólo uno mismo sepa.
Pero iré a los hechos: primero no era un idioma, era sólo una clave, que consistía en cambiar letras de las palabras usando un patrón, adicionar en ellas signos diacríticos raros, ¡y listo! era un idioma para mí, un «idioma» para decir nombres y que nadie los entienda, para escribir frases que consideraba secretos de estado o simplemente para llamar la atención de mis mejores amigos y amigas. Hice un alfabeto en la secundaria, que aún uso, pero poco. ¿El nombre de ese «idioma»?: Tordulthoús. Así se llamó desde un inicio, claro, con caracteres algo distintos, pero se pronunciaría algo así como un /tordulzós/ para un hispano peninsular.

En la universidad mejoré muchísimo ese idioma, y dejó poco a poco de ser simplemente una «clave de distorsión». Llegué, finalmente, a una fase en que no sabía cómo mejorarlo, pero todavía hay muchas maneras de decir una u otra cosa. Está en fase de plenitud, pero creo que le falta constituirse en un «tordulthoús normativo». Ahora tiene un nombre distinto, para que sea más fácil de pronunciar: «tordi».

Ok, daré un ejemplo para que no sea tan subjetivo explicarlo aquí:

"Melithiriñe bigulEbokebois...hlixiwu hain fiyiwuñeè we esdirya"

Lo cual, quiere decir: "Ella se parece a mi mejor amiga... creo que ya la había visto antes"

Vale, no diré más. No se asusten. Soy un chico normal, con locuras y cositas distintas, como cada uno tiene. Apenas compartí algo en lo que pasé horas de mi vida para conseguir inventar.

En cuanto a alfabetos y sistemas de escritura, hice muchos, no memoricé todos pues... no soy una máquina de memorizar todo lo que invento. Muchos de ellos los hice en un día, luego los usé en ese momento, o después de una semana, y cayeron en mi archivo. Siempre me interesé en alfabetos, pues me parecieron más sencillos. No quiere decir que no me llama la atención sistemas ideográficos o silábicos, pero ellos me parecen algo menos prácticos para interactuar conmigo mismo. Hice muchos alfabetos, pero me acuerdo de cinco al punto que podría escribir cualquiera de ellos sus nombres si me lo pidieran. Infelizmente no tengo imágenes de ellas que pueda colgar (bueno, tengo letras escaneadas que guardé por ahí, pero bueno, me da algo de perecita buscarlas y subirlas aquí). Creé fuentes de dos de ellos, pero no los subiré, pues no están en esta computadora. Ok, basta de excusas. Simplemente no los tengo disponibles en estos momentos. Pido disculpas a algún lector. Uno de ellos inspirado en que si las letras estuviesen formadas por palitos, y los desordenase... taránnn... ahí está mi primer alfabeto propiamente dicho, algunos (que no conocen mucho de idiomas) me dijeron qeu parecía un chino o algo así; su versión en cursiva, que ya no uso demasiado. Luego hice otro alfabeto, algo basado en el primero, pero más cuadradito y estético, inspirado en las formas del alfabeto griego o el copto, y también su versión en cursiva, que me costó algunos años y desvelos o pérdidas de clases en la universidad (^^`, debo confesar...). Después de un tiempo también hice otra versión cursiva de ese alfabeto, inspirada en la forma de las tengwar del quenya o sindarín de Tolkien (lo admito, este escritor me fascinó, junto con su amigo C.S. Lewis, aunque a veces me provocó desazón el saber que lo que escribieron o inventaron, lo habría hecho yo si hubiese nacido antes que él, jeje. Creo que me hubiese gustado ser amigo de ellos, y habría hecho un tantito lo que hacían. De hecho, estoy escribiendo un libro de fantasía, no inspirado en ellos, sino desde antes que me enterara de su existencia —mejor hablo de esto en otra entrada)

Así, tordi fue creciendo y mejorando. Hice varios intentos de sintetizar o compilar su gramática, y tengo algunos textos en la computadora y en cuadernos guardados, pero nunca terminé de explicarla.

Algo más: hice también otro idioma, al que ahora llamo «gedyar», que es como una lengua romance, pues sus raíces son claramente (o supongo así) españolas. Aquí una muestra:

"Klaz fo nem c'ejglipizi li ma bloge. Ji yekaras ta daindo, meletes i ma afnoje fo da fatînda"

Lo cual quiere decir:

"Gracias por leer esta entrada de mi blog. Si llegaste hasta aquí, mereces mis aplausos por tu paciencia"



viernes, 25 de septiembre de 2015

En fin...

¿Qué puedo decir hoy?

Tuve encuentros interesantes para mí estos días. Creo que si hablara de ellos siempre tendría de qué escribir. Sin embargo, también sé que no es del interés de nadie que lea esta página. La verdad, «mi página diaria», no debía ser un diario o algo parecido, pero lo está siendo en parte.

Me encontré con un antiguo amigo o hermano de la iglesia en el carro, nuevamente. Esta vez fui yo el saludado, con un toque en mi hombro. Ahí estaba, detrás de mi asiento, pero nuevamente me dio vergüenza preguntarle su nombre. Lo que recuerdo de él es que en un remoto campamento de la JAC en Casa del Águila, Limatambo, subimos al cerro lo más que pudimos, a manera de carrera o competencia. Fue muy bonito, pues el paisaje era hermoso. La esperanza era que podamos llegar a la cima de la montaña para ver un nevado o todo un valle —no recuerdo el nombre—. Por aquel tiempo era vegetariano, pero ya había comprobado que mi energía no era tan poca a pesar de mi bajo consumo de proteína de carne. Solía ser uno de los primeros, pero al llegar a un punto en que creía que no habría ni una casa o personas que quisieran tener una vivienda, me encontré con una casita, y con una chacra. Curiosamente me encontré con este hermanito, que parecía un campesino del lugar, trabajando la tierra. Me sorprendió agradablemente. En fin. No recuerdo todavía cómo se llama... ¡un momento! ... ¿Será que su nombre es... Alan? Por el momento, a no ser que lo confirme con él mismo, no sabré bien. Jeje, cómo la memoria a veces llega en el momento menos pensado. Estoy casi con certeza completa de que su nombre es así. Me contó que por estos años de ausencia mutua, estuvo un tiempo en Lima, y también en Europa (Suiza), para hacer un estudio. Que el italiano fue su lengua para comunicarse en ese país trilingüe.

Supe que está en una iglesia conocida y grande de mi ciudad, y que está muy emocionado porque va a iniciar sus estudios para ser misionero. Cuando le pregunté a dónde quisiera ir de misiones, me dijo que a Europa del Este, o a Rusia o por esos lares. Esperaba oír que quería ser un misionero para las tribus de la selva peruana, o alguna comunidad por aquí cerca. En fin. Creo que cada uno tiene su propio llamado, y no tengo derecho de imponer mis suposiciones o valores en otros.

Me cae muy bien, y es un hermano admirable según lo que vi en él y me dijo hoy. Lamentablemente tuve que despedirme intempestivamente, porque ya llegaba el carro al paradero donde tenía que bajar. Lo dejé con la palabra en la boca, contándome sobre una obra de su iglesia...

Lo que puedo decir de la congregación a donde asiste, es que ha crecido mucho, pero que tiene detractores sobre su método de crecimiento, su no muy asentada teología o formación de los líderes, y sus máculas en cuanto a historias de hermanos que no se portaban a la altura de lo que eran, según lo que pude oír, incluso lamentablemente de los agraviados. Sin embargo, no puedo generalizar; seguramente hay creyentes sinceros e íntegros, seguramente también hay quienes conozcan bien la palabra de Dios y no tengan puntos de vista ligeramente heterodoxos en cuanto a la teología protestante, incluso católica (específicamente acerca del Espíritu Santo). Quizá más es un asunto de praxis que de "teoría", o de un malentendido mío que asumí de otros tantos malentendedores que por ahí rondan. Por otro lado, al ver mis propios errores, no puedo considerar que están mal por el hecho de que haya hermanos que se portan mal; también yo tengo mis asuntos no resueltos o que tengo que mejorar. Sólo espero ser sincero y consciente de mi situación en el camino que estoy cruzando que se llama cristianismo.

jueves, 24 de septiembre de 2015

NECESITO MOTIVACIÓN

Todavía no encuentro el truco para cambiar. Tengo muchas cosas pospuestas. Sueños de grandeza, deseos de llegar lejos, anhelos de ser alguien digno de mencionar después de su muerte. Sin embargo, me miro y veo a alguien que no avanza, que está estancado, suspendido y estático en un espacio sin gravedad. No hay aire que me impulse, ni corriente que me lleve, excepto la entropía en mi ser. Muevo los brazos y me doy cuenta que apenas avanzo. La molicie me ha atrapado en su red. La rutina tiene una atracción espeluznante, el cambio me mira desde muy lejos.
Quiero cambiar, pero nada es gratis cuando se quiere eso. Quiero ser diferente hace tiempo, pero no puedo. Voy rumbo a la catarata del vacío, y esa corriente me lleva inevitablemente, mis brazos no pueden sostener ni detener su caudal.
Tengo el atisbo del mal que me atrapó por muchos días, el que me dice «quiero volver a ser un niño», el que me susurra «vive tu juventud y adolescencia ahora nuevamente, retrocede en el tiempo», el mal que me llena de nostalgia y dolor de no poder cambiar algo para lo que no fui hecho creador, el que me invita a mirar con deseo ardiente mas impotente, el hecho de que el tiempo podría volver.
Surdenki... No vuelvas a mí otra vez.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Cada vez que se quiere avanzar...

Dos días de silencio... lo sé, no es sencillo escribir todos los días; se requiere disciplina.
¿Algo para comentar? Simplemente que cada vez que uno desea avanzar, cambiar, mejorar, las circunstancias se pondrán en contra como un viento o una corriente que viene desde delante.
Quisiera cambiar muchas cosas en mi vida; ser más disciplinado, ser organizado en el tiempo, en mi cuarto, mejorar mis costumbres y hábitos. Quisiera también mejorar en mi vida profesional, pero el problema es más que sólo las circunstancias: es mi propia vida. Necesito cambiar.

Parece que la entrada de hoy es como mi diario, pero no contaré cosas específicas que me sucedieron. Ayer nació la bebé de una amiga, anteayer la internaron en el hospital. Fue también el matrimonio de un primo mío, al que fui invitado; no dormí bien estos días; anteayer lo hice a la una y media de la mañana, ayer a las dos y algo más de la madrugada. Mis despertares no fueron madrugadores, pero no es lo mismo descansar desde la madrugada que desde el momento que tu cuerpo te pide por primera vez descanso por la noche.

Aquí estoy, intentando cambiar muchas cosas, con la fe de que conseguiré; resoluto a lograrlo aunque me cuesten pestañas desgastadas y poco sueño; aunque me cueste dejar la comodidad de una siesta. Sin embargo, ayer y anteayer decidí no mirar sólo por mis propios intereses, sino también en los de las personas que amo. Ahí también está un dilema: amar a los demás por encima de uno mismo o amar a los demás como a uno mismo, o amar a los demás menos que a uno mismo. Bueno, quizá se trate de un trilema.

Adelante. Mi deseo es el de cambiar, y todavía mi resultado no es satisfactorio. Hasta dónde habría llegado si no se hubiese opuesto mi propio yo. Quizá sería alguien más importante para los demás o quizá habría alcanzado más de mis objetivos. Ya hablaré de eso más adelante.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Iniciativa para saludar a un «extraño»

Escuché decir que «el mucho análisis conduce a la parálisis» o cosas parecidas. Hoy apliqué de manera positiva esto, aunque casi pierdo, porque lo analicé bastante.
Vi a un compañero al que hacía como dieciocho años no veía. No sé; no me llevaba muy bien con él, pero entonces también me hablaba con él. Fuimos compañeros de colegio en el primero de secundaria. Apenas fue ese año que permanecí en el colegio «Imperio», y al siguiente me trasladé a «José Pardo».
Vi a Martín —así es como se llama. No sé cómo logré recordar su nombre— en el paradero, y subió al mismo bus que yo. Me senté en un asiento del medio, junto a la ventana, y él una fila delante, al pasadizo. En ese momento no recordaba su nombre, pero haciendo algo de memoria, llegó a mi memoria como un eco leve, aunque no estaba completamente seguro. Imaginé qué le diría, cómo le saludaría, si me reconocería, si no lo haría. Qué pasaría si no le hablo, y qué si sí. Obviamente nada cambiaría haciendo lo uno u lo otro.
De todas formas, decidí al fin. Tenía mi guion caso me reconociese y caso no.
Finalmente toqué por detrás su hombro, y le saludé pronunciando con algo de duda su nombre. Él no recordaba mi nombre, pero al decírselo, me reconoció mejor. Le pregunté cómo estaba, si vivía en Cusco, y si se había visto con algún compañero del colegio (Eran las preguntas que había planeado. No pensaba ni por un ápice preguntarle qué estaba haciendo por la vida, pues esa pregunta... tampoco me gusta que me la hagan a mí. Por otro lado, hablando de apariencias, yo estaba con un terno —mi disfraz de profesor— y él con una ropa casual, no muy arreglado que digamos). Me respondió que estaba bien, que vivía en esta ciudad hacía como cuatro años, y que no se había visto con nadie de los compañeros de clase. Me enteré también que después de que acabó el primero de media, regresó a su tierra (Piura, si mal no recuerdo). Me hizo la pregunta que no me gusta hacer ni que me hagan: ¿En qué estás trabajando? Obvio, que le contesté que «soy» profesor de portugués (Aclaro que no es porque me agradaría decir que soy médico, arquitecto, abogado o ingeniero, o esas profesiones más biensonantes en nuestro medio, sino porque casi todo el mundo cae en la trampa de identificar lo que haces con lo que eres).
En fin, se bajó unas cuadras después de mi larga agonía por decidirme a hablarle, y continué mi trayecto en el bus, teniendo algo que contar en este blog, aunque no sea interesante para el público en general.
Me llamó la atención que me dijo «gracias» al despedirnos, estrechando las manos a la manera menos usual entre los más jóvenes —quiero decir, a la manera clásica de estrechar las manos derechas y sacudirlas juntos; y no rozándolas para luego darse un mutuo y leve choque de puños—, mientras me percaté de que tenía una cicatriz entre los dedos índice y pulgar, además de un tatuaje pequeño que no recuerdo qué era.
Me pregunto si lo veré alguna vez, o quizá dentro de otras casi dos décadas.


miércoles, 16 de septiembre de 2015

PRESENTACIÓN

Bueno, aquí estoy.
Tengo varios blogs, lo admito. Aunque también ninguno es famoso. No es lo que pretendo. Con esta página hablaré algo cada día de lo que me sucede, de lo que siento, de lo que puedo comentar. No es un diario de las cosas que me suceden (tengo un diario para eso), aunque quizá sea algo parecido, aunque simplemente hablaré de algo cada día. A veces será sobre mi vida, a veces sobre vidas ajenas. A veces simplemente comentaré sobre cualquier tema externo o del que haya escuchado, pero escribiré siempre alguna cosa.
Tengo muchos deseos para el futuro: ser escritor (de hecho, escribo una novela desde mi adolescencia), viajar por el mundo, ser motivador, ser maestro, contar historias como un cuentacuentos, tener una familia unida y feliz.
Este es quizá uno de mis pasos. Deséenme buena suerte.