domingo, 29 de noviembre de 2015

HACIENDO LA CUENTA...TODOS VIVIMOS HASTA 18 AÑOS… ¡Y ESO, SI LLEGAMOS A VIEJOS!

“Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90:12)

Vivimos en una sociedad altamente sincronizada, y el tiempo llegó a formar parte de nuestro día a día. Las personas valoran mucho las horas, los minutos e inclusive los segundos. Olvidamos frecuentemente los años y las décadas, y se convierten en ideas bastante lejanas, abstractas para muchos.

¿Cuánto significa para nosotros un segundo? ¿Y cuánto es para nosotros un día? Un día tiene 1440 minutos o 86400 segundos, pero un día puede no significar demasiado para un ser humano a pesar de los miles de minutos que tiene. Si nos dieran un tiempo limitado de vida para escoger: 4300 días o 15 años, ¿Cuál sería nuestra respuesta, si quisiéramos la mayor cantidad de tiempo? Tal vez necesitemos hacer los cálculos, pero intentemos sin pensarlo mucho escoger una de estas dos cifras. Personalmente, los días me parecen pocos… y escoger los años, medida más popular para las edades por ejemplo, sería mi opción. Pero algo me dice que quizá “cuatro mil trescientos” días sea más que un simple “doce”…

La verdad es que 4300 días son poco menos de 12 años, ¡y todos sabemos que ese tiempo de nuestra vida puede pasar tan rápido! Es sencillo llegar a los 18 años, que son tan sólo 6570 días. Si bordeamos los treinta años, habremos vivido casi 11 mil días. Y si llegamos a cumplir los ochenta años, ni siquiera completaremos 30 mil días, a pesar de que no estamos contando las posibilidades de sufrir un accidente fatal o una enfermedad mortal… la vida humana es corta y frágil.

¿En qué pasamos todo el tiempo de nuestras vidas, y por qué muchos ancianos suelen decir que sus vidas pasaron tan rápido, recordando la juventud como si fuera ayer? La razón es que en realidad nuestro tiempo de vida es menor de lo que aparenta ser.

Pongámonos a pensar en los 30 mil días mencionados líneas arriba. Se dice que el ser humano vive casi la tercera parte de su tiempo durmiendo. Así que realmente nos quedan 20 mil días “para vivir”. Sin embargo, pasaremos la tercera parte (8 horas diarias) de nuestra vida laboral en el trabajo, un aproximado de 13 años (4745 días). Estaremos mirando televisión aproximadamente por 5 años (1825 días). Revisando y complementando esta diferencia con un interesante cálculo publicado en la revista francesa Science & Vie[1] , restemos 6900 días (que representa aproximadamente el tiempo en actividades desde telefonear hasta hacer colas, inclusive desde estar resfriado hasta el tiempo que pasamos en el transporte urbano[2]), y nos quedan apenas 6535 días. Hay más factores a considerar para continuar “restando días” a nuestra vida, como el tiempo de la juventud y adolescencia, considerados por muchos como un período feliz y de plenitud de energía y belleza. Vamos a atrevernos a más: la última cifra representa aproximadamente 18 años de tiempo “para vivir”. Si continuamos restando tiempo acumulado en cosas triviales como discutir, estar conectado a la internet y nuestras siestas o momentos en que “hacemos hora” sin hacer algo trascendente, restaríamos quizá una tercera parte más de nuestro tiempo. La conclusión de todo este cálculo es: ¡Tenemos poco tiempo para vivir!

Moisés, que hablaba con Dios “cara a cara” estaba consciente de lo pasajero de nuestras vidas, afirmando que en la gente más saludable la vida llega de 70 a 80 años, y con todo, resulta una carga pesada a quienes llegan a vivir tanto tiempo. Salomón habló mucho de lo pasajero de la vida en el libro de Eclesiastés, afirmando de manera pesimista que “todo es vanidad”, esto es, temporal y sin sentido. Por eso también animaba a las personas a alegrarse en el fruto de su trabajo, temer a Dios, y “acordarse del Creador en los días de la juventud”.

¿Qué nos gustaría dejar a nuestro mundo cuando partamos a la eternidad? Resulta difícil y hasta aterrador pensar que tenemos tan poco tiempo para vivir. Los más jóvenes tienden a pensar que lo serán por siempre, u olvidan lo pasajero de aquella edad maravillosa, en la que vale la pena acordarse de Dios para tomar decisiones sabias.

Enséñanos a contar nuestros días para que traigamos sabiduría al corazón… ¿no es una oración maravillosa y cargada de una conciencia tremenda de nuestra condición humana? Para Dios mil años son como un día, y un día como mil años, y por eso nos mira con la misericordia de un ser que ve lo pasajera de nuestra existencia. Jesús dijo que no nos afanemos por el día de mañana, y que cada día trae su propia preocupación, por tanto, también nos anima a tomar sabiduría para no andar preocupados por todo, y además nos anima a disfrutar del tiempo presente, el único del que en realidad tenemos cierto control.

Lo mejor que podemos hacer es entregarnos a Dios, valorar el tiempo que nos da, valorar el tiempo de nuestro prójimo, ser más disciplinados y conscientes con el uso del tiempo, aprender a organizarnos y planificar sin caer en el estrés, estando dispuestos a decir “si Dios quiere”, como Santiago exhortaba, y valorar el tiempo y recursos que usamos para aprender cosas nuevas, reír, amar y ser felices, porque todo en esta vida tiene su tiempo. Que Dios nos permita ser sabios, y aprovechemos siempre los días que Él nos da a todos.

ORACIÓN: “Dios, te doy gracias porque me das el día de hoy para estar vivo, y tengo la oportunidad de ver la luz y sentir el calor de la vida. Ayúdame a aprovechar los días que me das para tomar las decisiones correctas y vivir plenamente, siendo consciente de que esta vida es tan sólo la preparación para una más larga, en tu presencia”.

José Boris Kehuarucho Paullo



[1] La referencia en español la tenemos en: http://www.microsiervos.com/archivo/mundoreal/cuanto-tiempo-de-nuestra-vida-pasamos-muy-interesante.html
[2] Aquí se tomaron los datos relevantes para el autor de este ensayo. Tomando en cuenta la tabla publicada en realidad los días para restar serían 16864 días (exceptuando dormir, estar de pie y estar sentado)

miércoles, 18 de noviembre de 2015

¿PROMETEN Y MIENTEN MÁS LOS VARONES?

    "Cuando mi papá nos prometía cosas, luego mi mamá nos hacía a mí y a mis hermanos pisar tierra nuevamente", dijo un amigo mío hace unos días, cuando tocamos un tema acerca de promesas y de cuando éramos niños. Se me ocurrió una idea, o me di cuenta de algo: Los varones son los que más prometen... y los que menos cumplen.

    ¿Has visto a una mujer hacer promesas a alguien? Casi nunca o pocas veces sucede. ¿Una madre que promete a sus hijos regalos o fiestas especiales de cumpleaños, o salidas, o cambiar determinadas actitudes? Poco se ha visto, aunque sí, seguramente ha ocurrido.

    En general, en caso de promesas rotas se ha relacionado a los miembros del género masculino como principales incurridores de tal falta. Debería de haber alguna razón o razones, genéticas o sociales, para explicar el eterno rumor del río de las promesas masculinas... algo trae todo esto.

    ¿Por qué los varones no cumplimos lo que prometemos?

    He aquí algunas razones:

Porque prometemos más que las mujeres.

    Ya lo había dicho en los primeros párrafos; es raro ver a una mujer que ande diciendo promesas y promesas. ¿Acaso las necesitan? Pero si anduviesen prometiendo y prometiendo al estilo varones, creo que la CANTIDAD de promesas subiría.
    Personalmente, soy de pensar que, en regla, los seres humanos (varones y mujeres), tenemos la "capacidad" igual de romper promesas o incumplir lo que decimos. Por ejemplo, si tomamos en media que todos no cumplimos un 10% de nuestras promesas, en cantidad, sería diferente entre los dos géneros. Pongamos la situación en un intervalo de un año, y el caso de que un varón que prometa por lo menos cuatro veces más que su compañera femenina. De este modo de 100 promesas que se haga, la mujer habrá hecho 25. Ahora, haciendo números, la mujer habrá fallado a 2,5 promesas a lo largo de un año, y el varón habrá fallado 10. Viendo de manera sencilla, parecería que el varón mintió cuatro veces más que la mujer. Sin embargo, la proporción no habría cambiado.

    ¿Y por qué prometemos más que las mujeres? Aquí un postulado que oí y leí por ahí en la red y en los círculos sociales: "Las mujeres se enamoran de lo que oyen y los hombres de lo que ven; por eso ellas se maquillan y ellos mienten". Bueno, en cierto sentido, puedo deducir que ambos mienten: la mujer lo hace gráficamente, y el varón verbalmente. Todo mienten. Pero ¡un momento!sino de las promesas sin cumplir, y claro... para las féminas eso es casi sinónimo de mentira.

    La sociedad en la que vivimos ha impuesto muchas cargas "pesadas" a un hombre, una de ellas es la de asumir responsabilidades como el bienestar de la casa, sustentar a la familia, ser "fuerte", ser el representante de su familia, dar la iniciativa, etcétera, etcétera (espero no ser mal visto por muchos o muchas; como varón asumí tal carga, y supongo que al menos esa "debe" ser mi meta). A esto, le sumaremos la presión de ser el "macho" que es fuerte. Aclaramos, 'fuerte', en el consenso (consciente o inconsciente) general, aunque equivocado, quiere decir insensible, duro, tosco; además de las acepciones positivas como perseverante, valiente, sacrificado y/o vigoroso. En nuestra sociedad, a los varones no se les da la oportunidad de ser sensibles emocionalmente (hablaré de eso más adelante, si me acuerdo). De esta manera, los varones comienzan a aprender a mentir para cubrir las exigencias de las personas:

—¿Estás bien?
—Por supuesto.
El intercambio verbal anterior puede darse incluso cuando la persona interpelada está pasando por problemas difíciles o tiene una ruptura emocional.

Otra situación —y aquí entran en juego las promesas— es la siguiente:

—¿Mamá, cuándo vamos al cine?
—Dile a tu papá.
—Papá, dice mamá que cuándo vamos al cine.
—Bueno, hijo; el mes que viene, cuando me paguen, vamos a ir, ¿vale?
Seguidamente vienen los sentimientos de satisfacción y esperanza de los oyentes, generados por la promesa (como suele y debe ser, del padre)

—Amor, hace tiempo que no vamos de viaje los dos solos.
—Cierto...
—Parece que las cosas entre nosotros están cambiando (y aquí comienza la tensión emocional)
—No digas eso... mira, a fines de este año vamos de viaje por una semana a ese lugar que siempre quisiste conocer.
Promesa hecha, lazo tendido. Imagino que no necesito decir del diálogo quién es el varón y quién es la mujer, ¿cierto? Si queremos alargar el diálogo anterior, podríamos añadir palabras de duda por parte de ella, recordándole otras promesas, o que no cree, o que dejó de cumplir en el pasado. Cuanto más promesas estén acumuladas en el historial femenino, más maestría en el arte de convencer será necesario.

    La sociedad le ha dado al varón la responsabilidad de asumir promesas, y le exige que cubra o haga tantas cosas, que se ve obligado a prometer. Nadie le pide a una mujer que prometa cosas, salvo excepciones. La regla, sin embargo, es la misma. Hombres prometen más que mujeres, no porque les guste mentir, sino porque al ser mayores las exigencias de responsabilidad que se les impone, tiene como defensa o medio de ayudarse a sí mismo el anunciar acciones futuras (por cierto, hay muchos que prometen sin siquiera haber sido instigados a hacerlo). De esas promesas, será complicado que pueda cumplir todas sin excepción en el tiempo señalado. No quiero justificar a los que gustan de prometer sólo para congraciarse, pero sí reconocer que no es fácil cumplir una promesa (que muchas veces es impuesta o inducida), y más aún si se han hecho varias.

    Por otro lado, es difícil que los varones exijan a las mujeres prometer cosas. Los varones tienden a simplificar o hasta a olvidar ciertos hechos o situaciones, inclusive ciertas promesas hechas por otras personas (principalmente mujeres).

—Amor, me vas a matar... ¿recuerdas que te prometí salir hoy a la piscina contigo?
—Sí, ¿qué sucede?
—Bueno, es que... olvidé que tenía cita con una amiga para que vayamos juntas a hacernos un tratamiento de cabello. (pueden añadir cualquier justificación o excusa)
—Vaya... ¿y ahora?
—Perdóname —y se acerca con un abrazo o un beso mimoso.
—Ya, bueno. No te preocupes. Será para una siguiente (Y en ese momento recuerda que puede aprovechar el momento para hacer algo con los amigos, estar en casa descansando, o incluso ir solo a la piscina).
—Gracias, amor.

     Si invertimos los géneros en el diálogo... prefiero no colocar las palabras, ya que podríamos resumir que nuestras compañeras féminas, teniendo en cuenta su gran capacidad de recordar fechas, situaciones y promesas, usarán tal magistral talento para recordar al cuitado hombre todas las anteriores promesas hechas, y que no cumplió, a pesar de ya haber sido disculpado.

    Cierto, hermanas, tenemos la culpa... la culpa de prometer muchas veces en los momentos menos esperados (en el bus, en medio del trabajo, en una conversación telefónica, en el almuerzo, en una discusión acalorada, en un cine, con los amigos, etc.) conllevando esto que no siempre tales promesas serán recordadas con esmero. Sólo puedo pedir su comprensión, y que (como lo leí en un foro de Yahoo Respuestas) por favor, también "ustedes prometan que nos recodarán nuestras promesas un día antes de vencerse, jejeje. Así ganamos todos".

    Para finalizar, quiero prometer a mis queridos lectores que escribiré una segunda parte, relacionada también a las promesas ^^...

Buenas tardes.

martes, 3 de noviembre de 2015

11 PECADOS A LA HORA DE ENSEÑAR

"Acho que você é o melhor professor de português..."

     Fue lo que me dijo una estudiante hoy cuando le expresé que quizá ya no esté trabajando en la institución de idiomas donde le había enseñado antes. Allí le dicté el curso de portugués uno de los meses de su avance, si mal no recuerdo. Después no supe de ella sino que terminó el curso. Así que fue instruida por diversos profesores.

     Sólo conseguí decirle un "gracias", pidiendo en mis adentros no caer en el orgullo de creerme mejor. Además, muchos estudiantes hacen este tipo de cumplidos con los profesores para conseguir beneficios. Sin embargo, esta estudiante es de un curso particular (decidió contratar mi servicio porque quiere aprender), puedo decir que no quería obtener ningún beneficio, excepto animarme, y por consiguiente, que me esmere más.

     Me puse a pensar cuáles son los "pecados" en los que un profesor incurre en el ejercicio de su carrera. En mi caso, siendo profesor de idiomas, daré ejemplos principalmente que tienen que ver con esto.

Pecado 1: BLA, BLA, BLA
      Quedarse hablando y conversando sobre las experiencias durante toda la clase.

     De hecho, es interesante para un estudiante saber que su profesor viajó al lugar donde hablan el idioma, y saber de sus labios cómo es la cultura, la comida, las curiosidades. O en el caso de un profesor nativo, contar cómo es de diferente allá. Es bueno, pero tiene que ser medido. Aquí la lista de los peores: comenzar a contar todo el tiempo sus experiencias vividas, sus opiniones políticas o religiosas, sus quejas, etc. Hasta cierto punto es agradable escuchar a los profesores hablar de ello, pero cuando es constante... ¿A qué he venido a las clases?

Pecado 2: Ser un espécimen extraño
     Ser bueno en el idioma (a nuestro parecer), pero no saber enseñarlo.

     Hay institutos que prefieren a los profesores nativos, y los escogen con venias y elogios, porque se supone que hablan perfectamente el idioma (claro, es su idioma materno). Pero no nos engañemos: el saber hablarlo no quiere decir saber enseñarlo. Yo enseño portugués, y cuando mis estudiantes parecen no muy motivados por mi condición de "no nativo", suelo resaltarles que puede que no sepa todas las palabras, jergas, expresiones, cultura de este idioma, pero sí que fui uno de ellos, que "sé por lo que están pasando" (^^), y que tengo noción de qué es LO QUE me hubiese gustado que me enseñase mi profesor (y en mi fuero interno también pienso en CÓMO me hubiese gustado que me enseñase). Un buen abogado no necesariamente es buen profesor de leyes, ni un buen médico es un buen profesor de medicina, tampoco un hablante nativo es inherentemente un buen profesor del idioma, un buen periodista no es tampoco un buen profesor de periodismo. Tienen la ventaja de la experiencia, pero esta debe ir acompañada de métodos, paciencia, y sobre todo, mucha empatía.

Pecado 3: Miedo a la proximidad
Ser demasiado distante con los estudiantes.

     Ser bastante afín a los estudiantes tiene sus desventajas y sus ventajas (díganmelo a mí, que ya perdí la cuenta de las veces en que fui confundido con un estudiante más), y ser distante con ellos también tiene sus ventajas, como desventajas. Ser distante con ellos te puede ahorrar situaciones en que te faltan el respeto, o te hacen comentarios atrevidos o indiscretos, pero también hará que los estudiantes no se atrevan a expresar sus dudas, preguntas o dificultades con el idioma o materia que enseñamos.
     —¿Hay alguna pregunta?
     —cri, cri, cri —mientras los estudiantes se ponen más tranquilos que nunca.
     Sin embargo, no hay límites para la lista de beneficios que puede haber cuando un profesor es abierto, empático y sociable con los estudiantes. Habrá situaciones en que quieran pasarse de la raya, pero sabiendo cómo enfrentarlas hará que demos pasos agigantados para conseguir nuestro mayor objetivo: que aprendan.
     Para añadir a esto, es bueno tener buen sentido del humor: saber reírse de uno mismo, saber hacer chistes (nunca obscenos, por favor), saber hacer muecas y contar ejemplos graciosos a modo de pastillitas, que amenice el ambiente y se sientan en confianza. Eso sí... jamás hacer "prebullying" (burlarse de ellos, de sus defectos al aprender, o cosas por el estilo). Y ser siempre respetuoso con ellos y ellas.

Pecado 4: Pereza orgullosa.
No capacitarse ni prepararse para las clases.

     "Como sé mi materia, ya no necesito prepararme". Casi nadie piensa así explícitamente, pero esto comienza cuando creemos consciente o inconscientemente que somos buenos profesores y sabemos bastante. NO es malo pensar eso, pero podemos caer en un engaño: uno que realmente se cree buen profesor debe siempre estar poniéndose a prueba, no sólo si sabe mucho, sino si sabe transmitir algo de lo mucho que sabe de manera sencilla y acequible. NO es fácil. La recomendación es siempre preparar las clases aún sabiendo de lo que se trata, ya que cada grupo y cada estudiante es distinto.         Una vez me tocó enseñar los tiempos subjuntivos del portugués a un grupo, pero entre ellos había una extranjera que no tenía al español como lengua materna, así que... fue difícil enseñarle el tema porque no me había preparado pensando en ella también. Claro, al día siguiente (previa promesa) le aclaré los puntos que necesitaba aprender.

Pecado 5: Pereza maquillada
     Asignar "exposiciones muleta", es decir, exposiciones que sirvan para mantener ocupados a los estudiantes y desocupado al profesor.

     Es bueno confiar en ellos para que hagan exposiciones, pero no mandarlos a la cima del Everest sin preparación o capacitación. Primero hay que asegurarse de que conozcan palabras y armen ciertas frases. Luego es importante cerciorarse de que sepan armar oraciones. Luego, concatenar oraciones, ligar ideas. Hay que hacer un buen acompañamiento. Después pensemos en darles exposiciones. Claro, si están en un nivel intermedio, ya es hora de que las hagan, pero no sólo para escucharles y evaluarles. Aun en esos casos hay que seguir aconsejando, animando, corrigiendo y orientando.

Pecado 6: Pereza amante del cine.
Ver películas para "mejorar" la comprensión auditiva de los estudiantes

     Admito que algunas veces, por estar enfermo (sin poder hablar) o muy mal, improvisé poniéndoles una película, hubo otras en las que la pereza me ganó y esta era el motivo por el que lo hacía. Sin embargo hay que ser consciente de que esto puede ser terrible para su aprendizaje. Si se planifica el visionado de una película, lo mejor es planificarlo antes, haber preparado preguntas, hacer una discusión, haberlo anunciado con anticipación, etc. Así no se desanimarán por la dejadez de uno.
     Lógicamente, de vez en cuando no está mal ver una película por pura diversión, especialmente cuando el grupo responde bien a los avances hechos durante el mes. Pero hay algo cierto: si nos preocupamos por que cada tema del mes sea bien aprendido, difícilmente habrá tiempo para ver una película.

Pecado 7: Saña académica
      Creer que hacer complicado el curso significa que se es buen profesor.

     Estos profesores son los que provocan indignación en muchos estudiantes. Es horrible cuando tu profesor te da tareas y tareas, trabajos y exposiciones, y lo único que ves de él es que se sienta cómodamente a revisar, o a dormir en las exposiciones. En otras palabras: exigir de más de los estudiantes cuando es evidente que no nos exigimos a nosotros mismos. Si queremos buenos estudiantes, seamos buenos profesores.
     Preparamos tareas abrumadoras, planteamos exámenes extremadamente complicados, y un pecado terrible: mandarles hacer redacciones y no darnos la molestia de revisarlos. Simplemente colocamos la firma de visto y... es todo.

Pecado 8: Poca paciencia con los menos brillantes

     Es cierto que cuando uno es profesor, de pronto te das cuenta de que lo que dijiste, quizá el 25% de los presentes lo hayan captado bien. Pasa un minuto y...
     —Profesor, ¿qué quiere decir la palabra "chão"?
     Lo miras un momento, y tienes que decidir entre dos caminos:
     —¡Acabo de decirlo hace un minuto! ¿No estás prestando atención? ¿Qué pasa contigo?...
     O bien decir: 
     —A ver —y te diriges a la clase entera— ¿Alguno recuerda lo que quiere decir "chão"?
     —¡Piso! —responde alguno, si todo va bien.
     —Exacto. Gracias, Julio.
     Si no se da el caso... bueno, tener paciencia. Al pasar del tiempo, los profesores nos damos cuenta de que es importante repetir algo nuevamente, principalmente si es un concepto algo difícil o poco obvio, como el uso de una determinada palabra que no tiene traducción. Lo ideal es repetirlo de diferentes formas; así, algunos captarán mejor en alguna de esas repeticiones y lo recordarán bien.

Pecado 9: Phubbing.
      Cuando la tecnología no es nuestro instrumento, sino al revés.

     Las primeras veces que yo dictaba clases, la mayor tecnología con la que contaba era que había electricidad, un tomacorriente y un equipito para reproducir los archivos de sonido del libro de texto. De pronto, ya se cuenta con computadoras, con pizarras interactivas, con internet y wifi. Si tienes una laptop, tu mayor tentación será revisar tu facebook o tus mensajes de Whatsapp en el momento en que los estudiantes están resolviendo un ejercicio o haciendo una práctica en clase. En un caso menos grotesco, tendrás un libro interesante para leer, o un artículo de tu interés.
     Eso puede desconectarte de tus estudiantes. Evítalo. Tampoco te gustaría si tus estudiantes se ponen a whatsapear o a feisbuquear en medio de tu exposición de la lección (aunque, de hecho, hay quienes lo hacen). Es importante concienciar a los estudiantes sobre la importancia de que la tecnología de información y comunicación no debe desconectarnos unos de otros; que debe ser un factor a nuestro favor, para complementar nuestra actividad de aprendizaje, no para estorbarla o distraernos de ella.

Pecado 10: Acaparamiento horario
      Creer que el estudiante no tiene vida o que el único curso al que se matriculó es al nuestro.

     A veces no nos damos cuenta, pero estamos tan emocionados y motivados con nuestra materia, que asignamos a nuestros estudiantes muchas tareas y trabajos, y no nos importa cuánto de su tiempo van a usar aparte del que emplean para estar presentes en las clases.
      Hay que admitir que, por más divertido, fascinante o interesante sea nuestro curso, el estudiante tiene además otras actividades que forman parte de lo que él llamaría "su vida": otros cursos, problemas en casa, salidas con amigos, vida internauta, descanso; en fin, muchas cosas más divertidas o más importantes para él que nuestro curso, aunque nos dé pena aceptarlo.
     Es importante calcular cuánto tiempo más o menos necesitan además del de nuestras clases para dedicarse a estudiar nuestra materia, y de acuerdo a ello dar las tareas. Hay que dejar trabajos, sí, para que no se duerman en los laureles de haber entendido nuestra lección, pero tampoco hay que atiborrarlos de tareas para la casa. Seamos realistas: si los estresamos, no harán a conciencia los trabajos, y recurrirán a soluciones rápidas como el copypaste o el uso de traductores, o aún peor, copiarán el trabajo del estudiante aplicado del salón.

Pecado 11: Pesimismo

     "Son estudiantes brutos. Son irresponsables. Son irrespetuosos. Hay un problema con el sistema. El libro de texto es una porquería. Trabajo mucho y me pagan poco...".
     No podremos negar lo evidente. Si hay algo malo, hay que reconocerlo. Pero no podemos andar quejándonos entre nosotros, y peor, quejarnos ante los estudiantes de que las cosas no andan bien o como nos gustaría. Es importante ver lo mejor en las miradas de los estudiantes. Sentirse agradecidos por el privilegio de presenciar el avance y progreso en aprendizaje de los seres humanos, por la voz para hablar, por el puesto de trabajo y la posición.
     No debemos olvidar el lado bueno de todo lo que ocurre a nuestro alrededor, y usarlo a nuestro favor para combatir lo malo que hay. No se trata de negar lo negativo, tampoco de apañar lo incorrecto, sino de avanzar en lugar de frenarnos. Y nada mejor que avanzar sorteando los charcos en lugar de pisarlos y ensuciarnos. Podremos resbalar por entre las piedras, pero hay que seguir. El pesimismo frena, contagia y hace que olvidemos lo aprendido más rápidamente. El pesimismo quita las posibilidades para activar la creatividad.

CONCLUSIÓN:

     Hay muchos pecados que los profesores podemos cometer a la hora de impartir las lecciones, y si hay alguno importante que olvidé, sería genial que alguno de mis lectores aporte en un comentario. Ahora daré las virtudes que contrapesan todos los pecados anteriores. Virtudes que hay que cultivar:

Empatía, diligencia, amor, criterio, humildad, optimismo, paciencia, seriedad en el trabajo.